¿Ajiaco made in USA?

Desde La Pupila Insomne

Según el siguiente razonamiento, referido y limitado al acto deliberativo de masas durante la discusión de los Lineamientos pero extendido al debate actual: a) Si algunos ciudadanos hacen propuestas en relación de no impedir o permitir la concentración de riqueza en manos privadas, en “abierta contradicción con la esencia del socialismo”, y b) si el poder político no impugnó, no se manifestó en contra de, la legitimidad política de los ciudadanos que tienen esa opinión, de allí seguiría que, c) los ciudadanos pueden ejercer y ejercieron su legitimidad política para emitir propuestas contrarias al socialismo, con la aceptación del poder político.

Las premisas de esta argumentación hablan muy positivamente de la capacidad y libertad de expresión que se ejerció en aquel proceso, y también del carácter democrático, propio, cubano, específico de nuestro sistema, ese que tanto le cuestionan. La inferencia, aunque expresada con circunloquios, es la que amerita algunas precisiones.

¿Existe una “línea roja” respecto a la legitimidad política de los actores que hacen propuestas de cambio en Cuba?

Mi opinión es que, en efecto, existe. Y no es privativa de Cuba, sino universalmente aplicable e incluso punible: quien pretenda legitimidad política para hacer propuestas de cambios a un sistema legítimamente establecido – cambios políticos o económicos, o de cualquier otra índole, – si transgrede el principio moral, y también legal, – existente en todo ordenamiento político de no rechazar para la consecución de esos cambios cualquier tipo de asociación o vínculo directo o indirecto con entidades extranjeras y enemigas de las que se pueda probar o tener la certeza razonable, basada en hechos pasados y presentes, de que esas entidades o sus representantes, por sus acciones y concepciones políticas e intereses se oponen, quieren modificar o subvertir al orden político con respecto al cual se aspire la legitimidad de la intervención política, inmediatamente pierde esa condición.

La legitimidad política en uso de la cual, en sus centros de trabajos, organizaciones sociales o de masas, en sus comunidades, o en cualquier otra entidad, los cubanos han propuesto cambios, o modificaciones, o añadidos a los principios y lineamientos de la actualización en curso, ha sido ejercida sin transgredir aquel principio básico, incluso si han hecho una propuesta que exceda los límites que debe tener la probable acumulación de riqueza privada, o con respecto a cualquier otro tema en discusión.

Se pudiera admitir como hipótesis que uno o varios de esos cubanos que abogaron por la concentración de la riqueza privada en el examen de los Lineamientos, lo hiciera desde el presupuesto personal de que el sistema capitalista es preferible para Cuba, y no simplemente que se debe tolerar una determinada concentración de la riqueza privada. Pero si ese cubano no tiene una relación orgánica, logística u organizacional, no depende ni utiliza para posicionar públicamente su criterio el trampolín de una entidad extranjera, gubernamental, pública o privada, o, por cierto, “colindante” con ellas, y desde la cual pretenda y pueda hacer amplio proselitismo político por su idea, el uso de la legitimidad política que haría ese cubano en su acto de proponer, refutar, enriquecer, o complementar, lo estaría ejerciendo en coherencia con el ordenamiento político y moral que le reconoce el derecho a ejercer su criterio y hacer su propuesta. No se trata de que haga una propuesta determinada lo que le podría negar su legitimidad para hacerlo. Se trata desde dónde lo hace y con qué objetivo lo hace.

La intuición también existe en política. Cualquier cubano sabe o simplemente intuye y apoya el criterio de que la discusión popular de las políticas gubernamentales tienen como propósito contribuir a continuar el proyecto socialista, no a destruirlo. Sabe que hay compañías que son malas compañías. Y destruirlo es el objetivo del capitalismo mediante todas las vías posibles, las cruentas y las incruentas. Y entre las incruentas están las más o menos sutiles, la guerra cultural, la psicológica, la ideológica, pero también el uso de las academias aparentemente neutrales, los centros aparentemente independientes, el pensamiento aparentemente autónomo. Por ejemplo: La aceptación tácita de la participación en un evento para un proyecto de Constitución cubana con financiamiento del gobierno de Estados Unidos y una entidad perteneciente a la terrorista Fundación Cubano Americana aunque se pretenda escudar sobre un manto académico termina cualquier legitimidad en un debate.

La línea roja en el ejercicio de la política en Cuba es la que se pone a prueba cuando los cubanos, al proponer en cada barrio a sus representantes, no aceptan con su voto mayoritario, por ejemplo, que otro ciudadano, francamente relacionado con un poder extranjero, de cualquiera de las maneras que existen para ello, sea elegido.

La conclusión del razonamiento inicial evocado en esta nota es forzada, porque las premisas no consideran, precisamente la “zona” donde adquiere legitimidad la participación política en Cuba. Que está definida, entre otras, por la convicción de que cualquier tipo de asociación, relación, dependencia, o vínculo de cualquier tipo con un poder extranjero enemigo, sus entidades o sus representantes, se sitúa, automáticamente, “fuera de zona.” La pasada semana Pascual Serrano nos recordó una lección que, aunque bien aprendida, se debe estudiar continuamente: ¿quién es el que paga? He allí la cuestión.

Nota final necesaria:

Ya daba por concluido el texto anterior, cuando hoy en la mañana leí el que parece el más reciente artículo del Sr. académico Pedro Monreal, titulado El “oro de Soros”, el “ajiaco conspirativo” y el debate en Cuba. El asesor catedrático evidentemente aquí se ha descompuesto y por momentos parece abandonar y rebajar su habitual y sereno tono académico a la debilidad de la ofensa. La confianza en la solidez de los argumentos evita, no necesita, acudir al lenguaje ofensivo directamente personal de que hace gala el estudioso en esta especie de última ratio de la impotencia argumentativa.

En efecto, para cualquier lector medianamente informado, las consideraciones que hace el Sr. Monreal del papel que juega Soros en el mundo académico, financiero y político hacen, cuanto menos, sonreír. Como suele suceder, su argumentación, salpicada además ahora de términos ofensivos dirigidos a su contradictor (mentiras, bajeza moral, sordidez ética, étc.) ha sido el reconocimiento más evidente de que resulta imposible explicar y justificar esa “colindancia” de su proyecto. (para emplear un término del mismo Monreal que le señala “colindancia oficial” a este escriba.) Por lo tanto, me ahorro aquí tratar el tema de las relaciones de la entidad que el académico asesora con la Open Society, y que el Sr. Monreal se ha limitado a presentar con un binarismo muy curioso: tenemos a un Soros bueno, a un Soros malo, y una amplia gama de Soros-grises donde con tanta holgura se acomodan ciertas academias y la gente de pensamiento que el filántropo millonario atrae a su órbita aceptando, por esa “complejidad” que no tenemos en cuenta los pobres ignorantes de este mundo, que algunas iniciativas hagan daño, y otras, beneficios.

No es mi propósito devolver ofensa con ofensa. En verdad no lo necesito. La desigualdad de saberes no me rebaja a la impotencia de la injuria personal. Creo que el Sr. Monreal está honestamente convencido de la cosmovisión que guía su obra, por lo tanto no le supongo a priori una intención aviesa, ni un cálculo frío. Toda postura ideológica tiene un basamento filosófico. Los resultados que de una cosmovisión se derivan, pueden resultar tendenciosos, unilaterales, sesgados, pero un pensador, intelectual o investigador convencido de sus ideas, que no las trafique, prostituya, o adapte a circunstancias cambiantes con objetivos de medro, no es moralmente repudiable. Pero dicho esto debo declarar, sin ningún ánimo de ofensa personal, sino dirigido precisamente al plano de las ideas, que me resulta muy sorprendente que el Sr. Moreal califique meramente a George Soros y la Fundación Open Society como “controversiales” cuando muchas de las consecuencias de su actividad han sido francamente criminales.

No es posible extenderme aquí, a partir de los hechos probados, en consideraciones sobre los medios y los fines de este personaje y sus entidades que en el 2002 ya actuaban en más de 50 países, sobre qué significa realmente el tibio calificativo empleado por el Sr. Monreal. Baste saber esto: En 2002, George Soros declaraba: «En la antigua Roma, sólo los romanos votaban. Bajo el capitalismo mundial moderno, sólo los estadounidenses votan. Los brasileños, ellos, no votan» (Declaración pública de George Soros durante el Forum Social de Porto Alegre, Brasil. Citado por la Red Voltaire.). Sólo apunto algo que ya cualquiera sabe, cualquiera, por supuesto, que se informe sólo un poco: el apoyo del especulador financiero a “una amplia serie de entidades y causas que, en su diversidad, abarcan algunas de orientación “progresista”, “radical” y de “izquierda””, como afirma el Sr. Monreal, no se debe utilizar como argumento del lado positivo de la actividad de este personaje expresado con un enfoque de aséptica neutralidad desidelogizada. No es casual que el núcleo fundamental de los economistas que acompañan y ejecutan sus múltiples proyectos, sean neoliberales.

La historia de cómo y con qué objetivos se apoyan las causas y los intelectuales “progresistas”, “radicales” y de “izquierda”, y por cierto, también comunistas renegados o desencantados, creando y financiando medios, revistas, premios y simposios, se encuentra profusamente documentada y analizada en el libro de Frances Stonor Saunders, La CIA y la guerra fría cultural.

Todo esto recuerda una pregunta que Retamar dirigía a un escritor latinoamericano cooptado como director de una revista que después se confirmó era financiada por la CIA, pregunta plenamente vigente: “¿O debemos creer que el imperialismo norteamericano (…) se ha entregado de repente al patrocinio desinteresado de las puras tareas del espíritu en el mundo.?

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