Sin cambios en el tablero.(#Cuba,#Miami, #Madrid)

Por: Arthur González

Entre ingenuos, seudo analistas, extremistas y sensatos, se mueven los criterios respecto a las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.

Hay quienes critican cada paso que pueda darse para intentar normalizar las relaciones entre vecinos, otros los saludan y los más mantienen el escepticismo a partir de los antecedentes; lo cierto es que la política de hostilidad histórica hacia el gobierno comunista de la Isla continua inamovible.

Durante la administración de Richard Nixon (1969-1974) surgieron algunas iniciativas en el Congreso, proponiendo cambios en la política hacia Cuba. En 1971 se discutieron tres resoluciones en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, pero la guerra contra Vietnam se llevó el peso de la política exterior norteamericana.

A partir de 1973 un Congreso más demócrata se inclinó  nuevamente por mejorar las relaciones con Cuba, tomando en cuenta los resultados con China y la distensión con la URSS. Ese mismo año se firmó el Memorando de entendimiento sobre los secuestros aéreos y marítimos y otras ofensas.

Durante 1974 el Departamento de Estado otorgó licencias de exportación a subsidiarias norteamericanas de la Ford, Chysler, General Motors y Studebarker-Worthington Inc.

El arquitecto de esa política fue Henry Kissinger, iniciándose conversaciones secretas entre representantes de ambos gobiernos.

Los propósitos norteamericanos eran alcanzar beneficios tales como: la compensación cubana por la intervención de empresas norteamericanas, entre ellas la mina de níquel de Nicaro, devolución del dinero de rescate por los secuestros de aviones yanquis, el pago de bonos atrasados y de la deuda postal cubana, la excarcelación de norteamericanos, mejoría de los derechos humanos en Cuba, visita familiares de cubanos residentes en EE.UU. a Cuba, eliminación del apoyo cubano a la independencia de Puerto Rico, que Cuba no se constituyera en una base de armas ofensivas y la reparación del edificio de la embajada norteamericana en la Habana.

A cambio, otorgarían licencias puntuales a algunas subsidiarias norteamericanas en otros países y ampliación de la movilidad de diplomáticos cubanos en New York, pero el bloqueo y las acciones de Guerra Económica no se eliminarían, sirviéndoles como elemento de presión para futuras negociaciones, a la vez que les daba la posibilidad de continuar privando al gobierno revolucionario de satisfacer las necesidades del pueblo y acusarlo de ser incompetente.

Estos procesos se cortaron en 1975 después de que Cuba aceptara ayudar al gobierno de la República de Angola, atacado por fuerzas surafricanas y la contrarrevolución interna apoyada por los propios norteamericanos.

Otros pasos se dieron posteriormente con el presidente James Carter, bajo la dirección estratégica de Zbigniew Brzezinski, los que tuvieron su punto máximo en 1977 con la apertura de oficinas de intereses en ambas capitales. La intención era alejar a Cuba de la esfera de influencia soviética y tratar de realizar acciones que ayudaran a la penetración ideológica del pueblo.

La vida ha demostrado que con esa oficina en la Habana y la reinstalación de una Estación Local para la CIA, la DIA y la NSA,  los yanquis sacaron la mejor parte.

En 1987 después de múltiples notas diplomáticas y alertas públicas, el gobierno cubano se vio obligado a denunciar las actividades ilegales de inteligencia que ejecutaban los oficiales de la CIA en la Habana, bajo cobertura diplomática.

En esa acción de respuesta, Cuba denunció a más de 100 oficiales de CIA y otras agencias de inteligencia y expuso en la TV los testimonios de 27 agente cubanos que penetraban a la CIA, los medios sofisticados de transmisión satelital que les suministraron, requerimientos informativos, entrega de abastecimientos, dinero y otros medios, en el territorio nacional.

Prueba de que mantienen una actividad similar, es la publicación del libro Havana Queen de James Louis Bruno, ex diplomático acreditado en Cuba en 1996, quien reconoce que era oficial de la Agencia de Inteligencia Militar.

Barack Obama sigue los pasos de sus antecesores y las medidas que ha tomado persiguen el mismo fin de derrocar a la Revolución pero desde adentro, al fortalecer la subversión interna asignándole anualmente 20 millones de dólares para sus actos provocativos, reforzar la campaña mediática que pretende distorsionar la imagen internacional de Cuba, la ampliación de licencias a estudiantes norteamericanos para que trasladen los valores de su sociedad, a la par que realizan estudios sociológicos que permiten direccionar mejor la política subversiva y las visitas familiares y remesas, con el fin de demostrar que los éxitos económicos de esa comunidad les permite mantener ahora a sus familiares en la Isla.

Pero como reconocen los que se oponen desde Miami a un entendimiento entre los dos países, a pesar de esas acciones similares a un juego de ajedrez, el ambicionado jaque mate parece estar aún remotamente lejano.

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